Yulia Dibrovska Chorna
La pandemia
Recientemente, el mundo se sacudió por la pandemia de Covid-19 que inundó nuestras vidas, todos los espacios informativos y los esfuerzos de todos en superarla. Hay una pandemia silenciosa que lleva años acechando a uno de los grupos más vulnerables y solo unas pocas voces se elevan en su defensa. Se trata de la malnutrición y la obesidad infantil.
Aunque parecen cosas opuestas, la falta de nutrientes y el sobrepeso, son dos caras de la misma moneda: la mala alimentación.
¿Cómo es posible en una sociedad occidental con abundancia de alimentos a nuestro alcance? Una sociedad que tiene sobreproducción, sobreventa y toneladas de excedentes que se tiran a la basura sin mayor miramiento.
Este problema es parte de una tendencia globalizada. Por un lado, nos hemos desconectado de la naturaleza y de nosotros mismos, cada vez nos escuchamos menos. Por otro lado, la industria alimenticia ha intentado optimizar tanto los procesos y las rentabilidades de los alimentos que en gran parte ya no son alimentos, sino un veneno que nos venden y que compramos de buena gana pensando que no nos hará ningún daño.
En el caso de los niños que están en plena época de crecimiento y desarrollo es aún más grave. Se enfrentan a una alimentación ultraprocesada, llena de azúcar, sal y grasas saturadas en la proporción justa para no dejar de comer y aun así, no recibir los nutrientes que tanto necesitan sus cuerpecitos.
¿Son los niños los responsables de elegir todo lo que sea colorido y vistoso aunque no sea sano? ¿Son los padres los que hacen la vista gorda y compran de forma inconsciente cualquier cosa en el supermercado? ¿Es la industria alimenticia la que se ha confabulado para llenarnos de enfermedades y a costa de nuestro propio dinero?
El complot
Cualquier empresa busca cómo vender más y gastar menos en la producción. La diferencia es que el sector alimenticio no vende solo productos que usar y comprar de nuevo. La alimentación es nuestro combustible, algo de lo que depende que nuestro motor y todas las piezas funcionen como un reloj o que, por el contrario, no salgamos del “taller de reparación” y nos estemos dejando toda nuestra energía en tapar “agujeros” que no paran de salir.
Poco a poco los alimentos se están volviendo menos y menos reales. Cuando vamos a comprar queso vemos que lo que más lleva es almidón de patata. Cuando vamos a comprar yogures, vemos que no tienen ninguna bacteria necesaria para llamarse un yogur.
¿Cuál es la solución de las empresas alimenticias que por ley no deben engañar?
Nos hacen creer que compramos queso, pero no ponen la palabra “queso” por ningún lado, sino algo como “Especial para fundir”. No llaman yogur a lo que tú puedes considerar un yogur, ponen simplemente “Estilo griego” y lo dejan junto al resto de los lácteos.
Esta lista es interminable.
Pan que no es pan. Azúcar en alimentos de los que nunca sospecharías. Edulcorantes cancerígenos… Y todo esto lo llevamos a nuestra boca y a la boca de nuestros hijos.
La toma de consciencia
Para poder tener una vida larga y con salud, primero debemos tomar consciencia de lo que nos rodea y aprender a leer las etiquetas. Aunque al principio parece algo complicado, una vez que domines los valores básicos de la tabla nutricional y el listado de ingredientes, sabrás tomar mejores decisiones para ti y los que más quieres.
- El azúcar
El azúcar es el mal no solo para los que padecen diabetes, sino para cualquiera se vuelve adictivo y perjudicial. El efecto en los niños es aún más fuerte: ansiedad, hiperactividad, subidón y bajada de azúcar, adicción, baja concentración, sobrepeso.
Un alimento con más de 20 gr de azúcar por 100 gr del alimento que estés mirando es demasiado. La mayoría de la bollería que eligen los padres como merienda para sus hijos está cargadísima de azúcares simples, sal y casi nada de fibra alimentaria o proteína.
Tampoco te fíes si no ves la palabra “azúcar” en el listado de ingredientes. Todo lo que termina en “-osa” como sacarosa o cualquier jarabe como “jarabe de maíz” o “zumo concentrado de” son azúcares disfrazados.
- Grasa
La grasa natural de los alimentos es buena. Aceite de oliva, aguacate, salmón, leche entera. Son alimentos con alto porcentaje de grasa. La grasa buena.
¿Cuál es la grasa mala? La que se añade a los alimentos para darles sabor o consistencia, la grasa hidrogenada que pasa de grasa vegetal líquida a un estado sólido por un proceso de hidrogenación y que puedes encontrar en toda la bollería industrial, galletas saladas o dulces, palomitas para microondas, margarinas y un largo listado.
Hubo una época en la que se empezó a culpar a la grasa buena de todos los males y el sector alimenticio aprovechó para introducir todos los alimentos light, sin grasa. El problema es que eso convierte a los alimentos en aún menos naturales, más perjudiciales y con mucho peor sabor.
¿Solución? Añadirle sal. Mucha sal.
- Sal
¿A que no puedes comerte solo una?
Este eslogan de las patatas fritas Lays nos explica exactamente qué pasa cuando un alimento lleva mucha sal. Que da más hambre. Necesitamos seguir comiendo más y más.
Un efecto que para cualquier empresa es el paraíso económico. Más productos vendidos, más ganancias conseguidas. Echadle, pues más sal a los alimentos.
No pienses que el problema de la sal es solo para los hipertónicos. Les damos a nuestros hijos muchos alimentos altamente salados y nos maravillamos con qué rapidez se acaban la bolsa entera del snack de turno. Calorías multiplicadas por 10, pero sin ningún nutriente que necesitan para crecer. Solo grasas perjudiciales.
- Fibra
Nuestro cuerpo necesita fibra para funcionar correctamente. El problema es que los alimentos ultraprocesados que tenemos a nuestro alcance suelen carecer de ella.
Elige alimentos que tengan al menos 3-4 gr por cada 100 gr del producto que compres. Elige las versiones integrales de pan, pasta, arroz u otros cereales.
Si acostumbras a tus hijos a comer alimentos más “fuertes” educarás su paladar para el tiempo en el que también ellos tomarán mejores decisiones.
La educación a todos los niveles
Cualquier medio es bueno y necesario para educar a padres e hijos a elegir mejor para ellos y sus seres queridos: consulta pediátrica, colegio, clases especiales de toma de consciencia, información más real y clara en las etiquetas.
La única manera de frenar esta pandemia es plantar cara al desconocimiento e ignorancia. Desde las autoridades y gobiernos a todos los niveles se deben perseguir y prohibir las sustancias peligrosas, las etiquetas engañosas, etc. Se debe informar a los ciudadanos sobre los peligros que conllevan ciertos componentes presentes en los alimentos industriales como los potenciadores de sabor, aromas artificiales, edulcorantes sintéticos, etc.
Recuerda que eres el ejemplo de tus hijos y cualquier cambio en los hábitos alimenticios debe empezar por ti. Las buenas decisiones empiezan hoy por una vida más plena en salud y longevidad.