Yulia Dibrovska Chorna
Nuestro pasado y nuestro presente
En el siglo XX, tras dos Guerras Mundiales que dejaron a Europa en cenizas, se hizo patente la necesidad de superar las diferencias personales y nacionales para garantizar la paz y el bienestar de todos los seres humanos.
La cooperación internacional e intergubernamental se consideró como un instrumento base para que los diferentes Estados trabajasen por la paz, el desarrollo y no unos en contra de otros.
Así empiezan a surgir diferentes organizaciones internacionales como Naciones Unidas, el Consejo de Europa y todo el proceso de integración de la actual Unión Europea, cuyos grandes líderes partían en sus inicios de la necesidad de alejar a los fantasmas de la guerra y buscar la solidaridad y el desarrollo pacífico de todos los pueblos.
Si nuestros abuelos aún guardan los horrores de las guerras en su memoria, las nuevas generaciones solo hemos conocido esa terrible palabra por medio de libros de historia y como algo del pasado. Alejado, pasado, irrepetible.
Por desgracia, el no ser conscientes del precio de la paz nos ha llevado a ser despreocupados en muchos aspectos y no valorar las décadas pacíficas que hemos compartido en Europa. El terrorismo, la inseguridad y las guerras, primero la invasión rusa de Georgia en 2008 y la invasión rusa de Ucrania en 2014, hicieron temblar los cimientos de la paz que dábamos por sentada.
En medio de todo el caos, el dolor, la muerte, los millones de refugiados y huérfanos, brilla una luz que aún nos deja alguna esperanza para la humanidad: la solidaridad de tantísimas personas. La ayuda desinteresada de personas que han abierto sus casas para los refugiados, que han llevado ropa de abrigo, comida y han donado todo el dinero que han podido.
La solidaridad y la autoestima
Para ayudar a otros, hay que salir primero de uno mismo. Ponerse al servicio de alguien necesitado, compartir lo que se tiene y prestar ayuda con las capacidades disponibles para cada uno. En una sociedad que promueve el individualismo y el egocentrismo, donde los seres humanos son bombardeados por estímulos constantemente y prima lo inmediato y lo efímero, la solidaridad se ha convertido en un superpoder y las personas que la practican son los nuevos superhumanos.
No obstante, el esfuerzo también tiene unas recompensas inesperadas en las personas solidarias. Al ofrecer ayuda a otros, cultivamos un profundo sentido de conexión humana y empatía, lo que fortalece nuestros lazos sociales y nuestra propia autoestima. Al saber que somos capaces de marcar una diferencia en la vida de alguien más, encontramos un propósito más grande que nosotros mismos. Cuando apartamos la mirada de nuestra rutina y los problemas que se hacen pequeños al lado de las grandes necesidades que nos rodean, nos damos cuenta de que poseemos un poder interior increíble y podemos hacer del mundo un lugar mejor.
Ser solidario no solo nos permite ver el mundo desde una perspectiva más amplia, sino que también enriquece nuestra propia experiencia de vida. Cuando extendemos una mano amiga, cultivamos un sentido de gratitud y realización personal que trasciende cualquier logro individual. Además, la solidaridad fomenta una sensación de comunidad y pertenencia que nutre nuestro bienestar emocional y psicológico.
Nos ayuda a estar presentes en vez de vagar por el pasado o esperar con ansias el futuro. Cuando alguien te necesita, apartas los malos pensamientos, te remangas y ayudas para después sentir la plenitud y la conexión con el poder de la humanidad.
Al abrazar la fraternidad, dejamos de ver a los demás como extraños y nos acercamos a ellos con compasión y comprensión. Este enfoque inclusivo nos permite construir relaciones más profundas y significativas.
Cultivar la solidaridad
Cultivar la solidaridad implica cultivar ciertas actitudes y prácticas que no tienen por qué nacer de forma automática.
- Empatía
La solidaridad nace de la empatía. De la capacidad que todos tenemos de ponernos en el lugar del otro, de abrir nuestro corazón a lo que está viviendo e imaginarnos a nosotros o un ser querido en la misma necesidad.
La empatía es el antídoto al egocentrismo que nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, nuestra comodidad, nuestro placer y nuestro beneficio.
- Escucha activa
La persona que tienes delante no siempre necesita lo que piensas. Hay que prestar atención a lo que nos comunican los demás y las necesidades que realmente tienen. Todos pensamos que las personas sin hogar necesitan dinero, pero lo que más repiten que les aqueja es la soledad. Algunos paran para darles una moneda, pero nadie se para a hablar ni a preguntar cómo se encuentran.
Si prestas la atención suficiente, no tendrás que imaginar cómo poder ayudarle a una persona, lo sabrás.
- Practica el perdón y la compasión
Cuando observamos, juzgamos para interpretar una realidad según nuestra experiencia e imaginación. Una posición de superioridad frente a personas que necesitan ayuda puede llevarnos a juzgar las circunstancias que las han llevado a su situación actual, a imaginar cómo habríamos actuado nosotros para no caer en los mismos errores.
Reconocer que todos se equivocan y que no siempre se tiene el control de lo que pasa a nuestro alrededor, te ayudará a evitar juicios, a practicar una actitud más compasiva y a perdonarte a ti por tus propias equivocaciones.
- Colaboración
La solidaridad también se puede aprender de otras personas que la practican y pueden enseñarnos. Empieza por ofrecerte para pequeñas labores en asociaciones u organizaciones de tu interés. Conoce a personas que hacen algún tipo de voluntariado y llevan a cabo acciones desinteresadas.
Tu tiempo, tus habilidades y talentos pueden cambiar la vida de alguien y convertirte también en un ser superhumano.